6 de junio de 1944
Playa de Omaha, Normandía, Francia
Los soldados, sudorosos y acorralados, sienten que sus corazones quieren salir por sus bocas. El olor a mar se confunde con el de sus cuerpos. El vigía avisa, ya se ven las playas. Sus corazones se aceleran aún más. Un soldado piensa en sus padres, otro en su esposa y la bebé que ésta lleva en su vientre. Se preguntan ambos si volverán a ver a sus seres queridos.
Crecen la ansiedad, la expectativa, el miedo, la adrenalina.
El transporte se remueve más de lo normal. Se están acercando a la orilla. “Prepárense” grita el Sargento. “Ha llegado la hora de mostrarle al mundo de lo que es capaz el ejército de los Aliados. ¡Libertad o muerte!”
Un sonido fuerte y hueco anuncia la llegada a la orilla. De pronto, se inicia la carrera. Se abren las compuertas, el olor a salitre les da de pleno en la cara. La luz del sol, el grito del Sargento, la ansiedad de no saber si perderán sus vidas en los próximos 10 segundos se confunde en el frenesí de la salida.
Se mojan sus botas. Las playas son bellas, pero detrás de las barricadas, está el enemigo. No hay tiempo de pensar, no hay tiempo de analizar, no hay tiempo de nada.
De pronto, algo sucede. ¡Oh no! Es…
Y yo me quedé dormida.
1933
New York
Su corazón late desesperadamente. ¿Por qué se la llevan? ¡Es suya! ¡El la eligió! No soporta más. Las luces le molestan, el sonido de las voces le taladra la cabeza, el olor de su amada le nubla el pensamiento. Decide arriesgarlo todo. Ruge, arranca sus ataduras, la busca impacientemente. Los demás corren, gritando despavoridamente. La ubica, ella resplandece como un sol entre un mar de sombreros negros. No corre, confía en él. Suavemente, él la toma en su mano y comienza la carrera. Los edificios, los carros, la gente… nada es un estorbo. Se percata de un edificio que se va acercando en la distancia. Es lo suficientemente alto para que los demás no lo molesten. Trepándolo intenta recordar su hogar, pero la jungla de cemento no se asemeja en nada a la suya.
Llega al tope. Con una mano, sostiene suavemente a su doncella. Con la otra, se sostiene de la antena. Escucha en la distancia como se vienen acercando aquellos. Utilizan unos aparatos que los hacen volar. Comienzan a rondarlos. ¡Déjennos tranquilos!
El piloto ve por la mirilla de la ametralladora. Lo tiene acorrlaado. Mueve su pulgar hacia el gatillo. Lo coloca sobre él. No presionará hasta que no le den la orden. Suena el radio. “¡Disparen!” Sus músculos obedecen la orden de su cerebro. Su dedo desciende y…
Y yo me quedé dormida.
1476
Italia
El Montesco se acerca al cuerpo inmóvil de su amada. La Capuleto yace tranquila, su cara refleja paz. El Montesco se desespera, siente como su corazón se desmorona. “¡No!” ¡No puede imaginar la vida sin ella! Lo decide inmediatamente. El cuerpo de su amigo en el piso, su amada sin vida… Busca en su ropaje, abre el frasco de cristal en cuyo interior está el líquido que le llevará a su amada. Se lo acerca a la boca, recuerda el olor de la Capuleto, el toque de sus manos, pone el frasco en sus labios y….
Y yo me quedé dormida
14 de abril de 1912
Océano del Atlántico Norte
La oscuridad de la noche envuelve al barco. El frío corta la piel de los vigías, quienes en lo alto del mástil, aguzan la vista al horizonte. Noche de luna nueva, pocas estrellas, los únicos sentidos funcionales son el olor y el tacto. Hacia allá, en la distancia, se acerca el monstruo. El vigía instantáneamente se da cuenta de que hay algo, pero no sabe lo que es. Es una masa oscura, más oscura que el mismo horizonte. Un escalofrío recorre su cuerpo. “Iceberg” “Iceberg” grita desesperadamente. En la sala de máquinas se oye por las bocinas “¡Marcha atrás! ¡Marcha atrás!” El barbudo capitán corre hacia el puente. La desesperación cunde entre los oficiales. El buque se acerca rápidamente a la masa; no hay forma de detenerle. No hay vuelta atrás. La boca del vigía se abre nuevamente y comienza decir…
Y yo me quedé dormida.
Siglo XII AC
Troya
Están sorprendidos. En medio de la guerra, sus enemigos les han hecho un regalo. Detrás de las puertas de la muralla de la ciudad, se levanta imponente un gigantesco caballo de madera. Lo escrutinan, piensa qué hacer con él. Llegan a la conclusión de que quizás este regalo signifique el final de la guerra y la rendición de los enemigos. Abren las puertas y decenas de soldados empujan el caballo hacia la plazoleta principal. El pueblo lo observa, extasiado de su majestad. Comienzan las celebraciones, ¡han ganado la guerra! Sin embargo, alguien se da cuenta de que algo está pasando. El caballo tiembla, hay algo dentro. Tranquilamente, en medio de la algarabía de la celebración, se abre una compuerta y de las entrañas del caballo salen…
Y yo me quedé dormida.
Anoche
El lío está armado. Harry está en Hogwarts, el DeathEater ha tocado el tatuaje de Voldemort; éste sabe que Harry está allá. Hay un rebulú. Comienzan a evacuar a todos los menores y a la casa de Slytherin completa. Sólo se quedarán los de edad y los Magos. Mientras organizan la evacuación, los demás se ubican en posiciones clave para combatir el embate del Dark Lord. Mientras tanto, Harry sigue buscando aquello por lo que fue a Hogwarts. Los Magos usan sus wands para hacer conjuros de protección. Se oyen las voces, se ven las chispas saliendo de los wands. Harry corre por los pasillos. Siente escozor en la cicatriz; se pierde en los pensamientos de Voldemort y ve cómo el Dark Lord sale corriendo de la cueva del lago y vuela hacia Hogwarts.
Se acerca, detrás de la colina se ve el colegio. Los magos aceleran el paso, haciendo más encantamientos de protección, aunque saben que serán insuficientes cuando llegue Voldemort.
De pronto, se rompe una ventana. Voldemort ha llegado. Se oye su voz diciendo: “…
¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡Y yo me quedé dormida!!!!!!!!!!
¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaargh!