Tuesday, July 16, 2013

Hasta luego, Huracanino

El 22 de septiembre de 1998 el Huracán Georges tocó tierra Dominicana. Como resultado de la cantidad de agua que éste trajo consigo, el patio interior de mi casa se inundó. Las ventanas de mi habitación daban para ese patio y, mientras observava la lluvia, escuché unos débiles maullidos. En pleno aguacero salí a ver de dónde provenían, pues en ese momento ninguna de mis gatas había parido o tenía gatitos pequeños. Boyando en el agua me encontré con dos gatitos pequeñitos, uno completamente negro y uno blanco con unas cuantas manchas de colores, que al parecer habían nacido en ese momento pues aún tenían el cordón umbilical pegado a la barriguita. Provisionalmente les puse los nombres de Huracán y George (muy original yo, lo sé) y los saqué del agua, los sequé, les dí calor e inmediatamente amainaron el agua y la brisa los llevé a la Veterinaria Dr. Piñeyro. No tenía muchas esperanzas de que sobrevivieran pues imaginé que habían "pasado mucho trabajo" en el agua. Volví a la casa a ver si aparecían más gatitos o si por lo menos encontraba a la madre, pero no dí con nada.

Tristemente George, el blanquito, no sobrevivió. Huracán, el negro salió adelante gracias a las atenciones del Dr. Piñeyro. Cuando ya estuvo estable me lo entregaron, pero había un "catch" en esto: yo tenía que alimentarlo y criarlo como si fuera su madre. Imagínense que en aquel momento mis gatos comían de la comida de la casa, así que cuando me dijeron de alimentarlo yo pensé en ponerle leche en una tasa y ya. Pero no resultó tan sencillo como creí. El doctor me explicó que los gatitos cuando son tan pequeñitos necesitan una "ayuda" de sus madre para poder cubrir sus necesidades básicas, y que la alimentación no era cosa de ponerle leche en una taza. Tenía que comprar una leche especial, que venía en polvo, prepararla y dársela en un mini-biberón especial que cupiera en su boquita. Y tenía que ayudarlo a hacer sus necesidades estimulándole su fundillito con un algodoncito y bañarlo.

Compré mi leche y me preparé a una nueva aventura en maternidad. Me pasaba el día entero dándole comidita en su biberón, bañándolo con el algodoncito y ayúdandelos a hacer #1 y #2. No fue una tarea fácil, pero poco a poco mis esfuerzos dieron fruto. Huracán George (el segundo nombre en honor a su hermano que no sobrevivió), fue creciendo y conviertiéndose en un gato hermoso. Su pelo negro adquirió brillo, su cuerpecito se fue desarrollando, todo mientras yo continuaba alimentándolo religiosamente. El "bond" entre nosotros fue muy fuerte. Me sentía cuando llegaba a la casa, se me subía por los pantalones y camisa y se me sentaba en los hombros para que lo alimentara. Se metía por la ventana de mi habitación y siempre estaba buscándome donde siempre estuviese.

Hace unos meses Huracán comenzó a perder peso y a vomitar la comida sin digerirla. Después de haber vivido la experiencia con Qui-Gon Jinn, Bomba y Pana, ya sabía lo que venía. Lo había vivido antes, la insuficiencia renal nuevamente hacía presencia en uno de mis hijos.

Medité sobre la situación que sabía que iba a tener que enfrentar. En el caso de Qui-Gon Jinn y Pana las cosas sucedieron muy rápido y el deterioro fue de casi un día para otro. Con Bomba la historia fue diferente. Duré meses llevándola inter-diario al veterinario para que le pusieran suero y así hidratarla. Sin embargo, siempre supe que lo que estaba haciendo era retrasando lo inevitable pues esta enfermedad en gatos senior como los míos no se cura, sino que simplemente se retrasa, pero el resultado final siempre va a ser el mismo. Puse en una balanza el bienestar de Huracán y mis propios sentimientos, y me cuestioné sobre si iba a hacer lo mismo que hice con Bomba para obtener el mismo resultado.

Llega un momento en que uno se detiene a pensar y en sus adentros no sabe si mantiene a ese ser querido (sea humano o animal) con vida por el propio bien de ese ser o por el egoismo propio de no querer dejarlo ir. A veces me pregunto si la Bomba se hubiese ido antes si yo no hubiese insistido en mantenerla viva a como diera lugar. No quiero pensar que sufrió, y así me lo expresó el veterinario que nunca sufrió, lo único que se es que ella esperó literalmente hasta que yo le diera permiso para "irse" para hacerlo.

Decidí que con Huracán iba a ser diferente. Él se iría en su momento y yo no haría nada para prolongar una situación que no tenía remedio. Lo que no iba a permitir era que sufriera, pero tampoco tenía el corazón para ponerlo a dormir. Mis padres constatemente me decían que estaba muy flaco, muy desmejorado. Vomitaba todos los días; tuve que cambiarle la comida de active longevity a hairball control porque era la única que aguantaba, y ya al final hasta esa vomitaba. Mudé su agua y comida a mi habitación para controlar que se estuviese hidratando y alimentando correctamente, le di mucho cariño y le consentí cosas que en situación normal no le hubiese consentido. Nunca dejó de comer ni de beber agua. Sin embargo, su deterioro era progresivo y evidente. Sabía que el fin estaba cerca.

El domingo 23 de junio Farolo me llamó para decirme que Camuflia lo había llamado para decirle que creía que había muerto (yo no estaba en casa). Él me llamó para decírmelo y para preguntarme que qué quería que hiciera con él. Le di instrucciones y me preparé. Sin embargo, cuando subió con Katate descubrieron que, aunque estaba muy débil y casi sin respuesta, aún vivía. Lo atendieron, le dieron suero para tratar de reconstituirlo mientras yo llegaba. Cuando llegué lo tenían en brazos. La noche anterior le había dado muchos besos y, aunque estaba muy débil aún tenía fuerzas para mantenerse en pie. Cuando lo tomé en brazos el cuadro había cambiado en 180 grados. Tenía las pupilas dilatadas, no podía siquiera erguir la cabeza. Era el principio del fin.

Lo llevé al veterinario y le expliqué que, aunque estaba muy flaco, nunca había dejado de alimentarse o hidratarse. El confirmó lo que había pensado y me dijo que ya el fallo renal era severo. Le inyectó varios medicamentos, le puso un suero y me dijo que iba a hacer todo lo posible por estabilizarlo, pero que el cuadro era muy difícil. Yo le dije que entendía, que estaba consciente de lo que estaba pasando y le comenté mi decisión de dejarlo ir en paz, no sufriendo, pero en paz. Duré un rato con él, le di muchos besos y abrazos, lloré un poco y luego me fui.

El lunes el doctor me recibió muy contento. Había comido el mismo Domingo y había bebido agua. Estaba un poco menos débil y tenía esperanza de que iba a rebasar esta situación, aunque sabíamos que el final se acercaba. Hasta hablamos de llevarlo a casa para que pasara sus últimos días tranquilito. Lo vi, lo abracé, le dije que lo quería y que lo extrañaba, pero lo dije que si quería irse que lo podía hacer.

El martes en la tarde lo vi un poco más animado, pero aún ni siquiera podía levantar la cabeza. Lo acaricié, lo besé, le dije que todos lo entrañábamos, pero también le dije que podía irse. Que sus demás hermanos lo esperaban en el cielo de las mascotas.

El miércoles 26 de junio mi móvil sonó temprano. Era un número que no conocía. El corazón me dió un brinco en el pecho antes de tomar la llamada, pues sentía lo que venía. Era el Dr. Piñeyro. Huracán se había ido.

Mi gato canino bello, siempre te querré. Ocuparás un lugar muy especial en mi corazón. Gracias por estar conmigo durante todos estos años. Gracias por tanto amor, por tanta alegría. Ahora está en el cielo de las mascotas, con tus demás familiares. Pronto nos veremos y de nuevo volverás a subir por mis pantalones y te sentarás en mis hombros a esperar que te alimente.

Te quiero.





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