Ayer fui a tomar la clásica sesión de fotos del primer amanecer del año. Cuando llegué a la Autopista 30 de mayo no había un solo carro por donde me estacioné (tampoco lo hice muy lejos pues tenía miedo de que me asaltaran, pero estaba a una distancia prudente de los demás). Saqué mis cámaras, monté mi trípode y me preparé a entrar en sintonía con la naturaleza. Comencé a darle gracias a Dios por el viejo y el nuevo año, y sobre todo por todo lo bueno que estoy segura está por venir. Me sentía en paz, en armonía con mis alrededores… hasta que llegaron 5 carros de corrido, con un musicón "a todo lo que da", bajaron neveritas, comenzaron a vocear y a bailar.
Los miré de reojo. Me sonreí (¡juventud divino tesoro!) y continué tomando mis fotos, tratando de bloquear de mi mente el moro de música que luchaba por quitarme la concentración. Como a los 15 minutos oigo la clásica voz de un AMET por la bocina de la patrulla:
“Vayan apagando la música esa. Ya ta bueno. Ahí atrá vienen las grúas y se los van a llevar a todos si no se quitan. Ya tá bueno. Váyanse para sus casas que ya la fiesta pasó. Se les está avisando para que después no se quejen. Ya tá bueno”.
Miré hacia la derecha y vi un desfile de carros de AMET. Realmente no entendí cuál era su problema. La prohibición de expendio de alcohol iniciaba esa noche. Además, la espera del amanecer en el Malecón es una tradición en nuestro país... pero a la autoridad no se le discute. Seguí tomando mis fotos hasta que vi otro desfile de grúas que se acercaba a nosotros. Una de esas grúas se paró frente a mi jeepioneta, por lo que me acerqué a uno de los oficiales a preguntarle qué era lo que pasaba.
Yo: “Buen día y feliz año. ¿Hay algún problema con estacionarse a esperar a ver la salida del sol?”
Oficial: “Buen día jóven y feliz año para usted también. Lo que pasa es que no se puede estacionar aquí.”
Y: “¿Y por qué? El contén no está pintado de amarillo y hasta donde sabía eso de no parquearse funciona sólo en el Malecón y ésta es la 30 de mayo.”
O: “No, aquí tampoco se pueden parquear.”
Y: “¿Pero eso es una medida nueva? ¿Dónde la publicaron que no la ví?”
O: “No, eso siempre ha sido. Lo que pasa es que ahora usted sabe que los jefes están aplicando las leyes.”
Y: “Pero fíjese. Yo no estoy tomando alcohol ni con música alta. ¿También tengo que irme?
O: “Si. Pero mire, si usted quiere, quédese un ratito más en lo que toma sus fotos.”
Y: “Lo que pasa es que yo espero la salida del sol…”
O: “Ah bueno. Ahí si no. Pero si usted quiere, de la vuelta y parquéese en esa calle de ahí que ahí no hay problema, entonces cruce la calle y siga tomando sus fotos. No se apure por su carro, que está seguro, ni por usted tampoco, que no la van a atracar.
Y: “¿Si? ¿Me puedo parquear ahí y cruzar? ¡Perfecto! ¡Pues muchísimas gracias y que tenga un feliz año!”
O: “Vaya con Dios…”
Ni corta ni perezosa, recogí mis equipos, me monté en mi jeepioneta y me estacioné donde me habían indicado. Crucé la avenida y seguí tomando mis fotos, tranquila, sin el musicón y la bebedera que momentos antes había intentado perturbar mi paz mental.
Lo felicito, señor agente, porque hablando la gente se entiende. Lo felicito porque no me faltó al respeto, porque me explicó lo que pasaba, porque entendió que una ciudadana como yo, que soy quien le pago su sueldo, quería hacer algo y usted, en vez de entorpecerme, me ayudó a hacerlo. Lo felicito, porque a diferencia de su superior que se dirigió de una forma tosca contra sus jefes (porque el que le paga el sueldo a uno viene siendo su jefe), usted fue cortés, amable, educado y servicial. Lo felicito, porque me trató como un ser humano y no como un animal.
No tomé su nombre, pero ojalá que llegue lejos en su profesión.