Este señor, a quien llamaré Carías, era uno de los mensajeros de una de las empresas. Relativamente joven (en sus 3), chaparrito, medio “ñato”, de muy escasos recursos, con una familia numerosa (4 hijos, no sé por qué pero es muy común eso de las grandes familias en personas de escasos recursos… y ellos son los que menos necesitan tener más gastos), era uno de estos “evangélicos furiosos”, que cuando no estaba montados en su motor repartiendo papeles que para él no tenían sentido, se sentaba a leer su Biblia en voz alta y a discutir lo que dicen los Evangelios con todo aquel que le cruzara por delante. Yo, como buena católica, lo escuchaba cuando me venía a hablar, pero he aprendido con el paso de los años a tomar y dejar y no caer en los ganchos que le tiran a uno para incentivar discusiones que para mí no tienen ningún sentido.
No tengo nada en contra de los deseos de progreso de las personas, pero una cosa es querer progresar y otra lo es querer publicitarse como lo que no es. Este señor Carías, por la forma en la hablaba cuando trabajosamente leía la Biblia, nunca me aparentó ni siquiera que hubiese terminado la educación secundaria. Por esto me asombró mucho el día que vi en manos de alguien una tarjeta de presentación de Carías donde se auto-proclamaba como “Técnico en Computadoras”. “Carías”, le llame, “¿usted alguna vez ha realizado estudios técnicos de informática o computadoras?” “No, pero uté sabe que yo como medio las entiendo y si se le daña una cosa po yo la puedo arreglal”, fue su respuesta. “Carías, usted se está vendiendo como lo que no es. Usted sabe que si daña una computadora por estarla dizque arreglando va a tenerla que pagar, ¿verdad?” le dije. “No se apure, que cualquiel cosa yo resuelvo” fue su respuesta.
Con el tiempo cambié de edificio y luego de trabajo, por lo que no volví a saber de Carías. Hace ya algún tiempo una de mis ex compañeras de trabajo mandó un mail donde incluía a otra persona que trabajaba en una de las compañías de las que hice alusión. Aparentemente esta persona me agregó como uno de sus contactos y ahora cada vez que manda un mail me incluye a mí. En uno de esos mails me puse a revisar todos los contactos y vi que Carías era uno de ellos. Poco tiempo después recibí una solicitud de Carías para que lo agregara como contacto en el Messenger y lo agregué. Nunca lo vi conectarse hasta que un día, al levantarme, vi que me había dejado un mensaje en el Messenger mientras yo estaba durmiendo.
Todo el que me ha hablado por el Messenger cuando estoy conectada en casa sabe que, cuando no estoy ya sea porque no esté frente a la computadora, me esté bañando o esté durmiendo, el programa tiene un auto-reply (en inglés) que indica que no estoy y que deje un mensaje (¿verdad que si, Dr. Zeuss?). Aparentemente Carías se había conectado cuando yo estaba durmiendo y, obviando que estaba “away", me dejó un mensaje. Al recibir mi auto-reply trató, en un inglés muy machacado, de decirme que lo llamara; hasta un número de teléfono me dejó.
Esta situación fue repetitiva. Cada vez que él me hablaba yo nunca estaba “online” y siempre me dejaba mensajes muy… como digo, cariñosos. Por fin, un día me habló mientras estaba en la oficina. Le respondí, en el entendido de que él sabía con quien estaba hablando. Le hice referencia a las veces que me había hablado, aclarándole que no le había respondido porque, como el letrerito le indicaba, no estaba frente a la computadora. El comenzó, muy amigablemente, a conversar conmigo. En un momento me pidió que le enviara una foto. ¡Me quedé espantada! ¿Cómo era posible que Carías me estuviese pidiendo una foto? ¡El no era ese tipo de persona! Confirmé más aún mis sospechas de que sus conocimientos “computadorísticos” no eran muy “allá”, porque primero me había hablado aún cuando estaba “away”, y segundo, en la misma ventana de la conversación estaba mi foto. “Carías”, le dije, “mi foto está en la ventana de la conversación. ¿Para qué quiere usted que yo le envíe mi foto?” “para arecordalme bien de tus cara linda, man dame unas fosto tu lla” fue su respuesta. ¡Pero ven acá! ¿Carías se estaba poniendo de fresco conmigo? ¿Un hombre casado y taaaaaan temeroso de Dios? “¡Ah, pero si es Enedina!” me dijo, luego de que aparentemente había visto mi foto. “¡¿Carías, usted estaba hablando tan confianzudamente con una persona quien usted no sabía quien era?! ¿O sea que usted anda agregando extraños en el Messenger así por así?”
No supo qué responderme. A través de la computadora sentí que se había turbado y que se estaba muriendo de la vergüenza.
No por estar siempre diciendo “alabado sea el Señor” la persona realmente lleva en su corazón lo que le sale por la boca. Por eso es mejor predicar con las acciones que con palabras.