Wednesday, October 11, 2006

¡Feliz cumpleaños Natalita!

Hoy saldremos un poco del Yangtzé y estaremos en el Río Daning (eso me suena como a marca de motocicleta). En la tarde volveremos al barco y pasearemos por la Garganta Qutang.
¡Jesú’! ¡Pero ni cuantas gargantas!

Una anécdota medio triste.
En los 90 (entre el 94 y el 97, realmente no recuerdo bien la fecha), yo estaba haciendo un Diplomado en Derecho y Técnicas Electorales en la UASD. En esa época las manifestaciones estudiantiles estaban en sus buenas y yo como que le tenía cierto respeto al recinto, por lo que en un principio no me gustó mucho la idea de hacer el Diplomado, hasta que me dijeron que las clases se iban a dar en el salón de conferencias de la clínica Otorrinolaringología y Especialidades.
Ya terminando el Diplomado, uno de los requisitos de la UASD era que los estudiantes, para poder graduarse, deberían obtener un certificado médico emitido por uno de los doctores que laboraban en el Hospital Marión. Nunca entendí por qué, pero era obligatorio que fuera de ese centro de salud.
Fui dando largas al asunto del certificado médico porque realmente me daba un poco de miedo ir al recinto de la UASD por todos los líos que se estaban armando. No obstante, llegó un momento en que no pude posponerlo más y tuve que ir. Fui temprano en la mañana y estacioné mi supercamioneta en la Ave. Correa y Cidrón, cerca de la entrada del hospital. Cuando llegué al consultorio del médico que expedía los certificados todo estaba tranquilo. Estuve haciendo turno por un rato y luego de que por fin me atendieran salí del consultorio para irme a mi casa.
Al salir noté algo extraño, los pasillos que hacía menos de 10 minutos estaban llenos de personas, se encontraban vacíos. Caminé por el pasillo que daba a la salida y no había un alma. Vi hacia fuera y ni siquiera los chineros y demás venduteros que estaban a la entrada cuando llegué se veían por ningún lado. De pronto por mi lado pasó un señor casi corriendo, y entre dientes escuché que decía “esos jodidos estudiantes deben ponerse a estudiar en vez de estar armando líos a cada rato.”
Algo en mi se disparó y de pronto entendí qué era lo que estaba pasando. Corrí con todas mis fuerzas hacia la puerta de la Correa y Cidrón y cuando llegué a la calle miré a ver qué pasaba. A mi izquierda la calle parecía una de esas calles que salen en los pueblos fantasmas y en el medio de ella mi supercamioneta. Del lado derecho parecía uno de esos reportajes de CNN de cuando se arman turbas en países en revolución. Un molote de hombres con pañuelos amarrados en las caras se acercaba a mí. Detrás de ellos se veían zafacones volando y en sus manos podía ver desde piedras hasta palos.
En fracciones de segundos evalué lo que estaba pasando. Si me devolvía al Marión iba a estar en un lugar totalmente desconocido para mí y no sabía si los de la turba podían entrar a hacer cualquier cosa. Además, dejar mi supercamioneta estacionada a su paso era un riesgo muy alto. Sin pensarlo mucho, salí corriendo hacia la izquierda en dirección a mi supercamioneta. Quité el seguro (no tenía power locks, así que era con llave), me monté y comencé a quitarle el bastón de seguridad, pero entre la prisa no atiné a ponerle el seguro a la puerta. En lo que quité el bastón la turba llegó donde estaba. Alguien abrió la puerta y me haló la cartera. Yo halé para atrás y la tiré en el piso del sillón de atrás. Sentí que me halaron por un brazo y me sacaron de la camioneta.
Lo que sigue es un collage de imágenes. Recuerdo pañuelos, palos, ojos, cabellos… Sé que me dieron (los morados que me salieron confirmaron mis sospechas), sé que me defendí (la sangre en mis nudillos fue testimonio de esto)… no sé cómo lo hice, pero me los quité a todos de encima, logré montarme de nuevo en la camioneta y de alguna forma coordiné mis movimientos para prenderla, meter el cambio y arrancar sin importarme aquellos que se tiraban a mi paso.
Pasaron muchos meses, quizás años, en los que al pasar por el lugar donde aquel día estuvo estacionada mi camioneta el corazón se me paralizaba y el terror me invadía. Gracias a Dios los moretones se fueron a las 2 semanas, no hubo huesos rotos o consecuencias peores (por lo menos de mi lado), aparte de un cierto miedo/respeto a las manifestaciones estudiantiles y cierto recelo frente a la UASD. Hoy sólo queda el pequeño “brinquito” que me da el corazón cuando cruzo cerca del recinto.

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