Pepín paga

Cuando estaba en el colegio (allá cerca de la época de los dinosaurios), en el curso éramos un grupo pequeño (21), pero como todo en la vida siempre había un grupo con el cual una más se juntaba. En mi caso, mi “grupito” estaba conformado por Norma, Katherine, Paola y Ailen. Generalmente andábamos de arriba para abajo, haciendo de las nuestras (éramos niñas buenas, pero disfrutamos nuestra juventud).
Un día conocimos a una de las primas de Paola. Ely vivía en Azua con sus padres porque la industria de su papá estaba allá. Inmediatamente hicimos liga y en poco tiempo estábamos dando viajes a Azua los fines de semana para compartir juntas. Generalmente Ely mandaba su chofer a buscarnos el Viernes a la salida del colegio y nos traían el Domingo en la tarde, después de un fin de semana muy divertido. Ciertamente en Azua no había mucho que hacer para nosotras, pero nos la pasábamos hablando disparates en la casa y en las playas y eso era más que suficiente para nosotras.
Recuerdo la primera noche que pasamos en Azua. Fuimos a cenar a un restaurante de mariscos muy famoso en Azua, que está en el borde de la carretera (perdonen mi memoria masculina, pero no recuerdo el nombre). La cena fue excelente y la pasamos muy divertidas. Al momento de pagar, le pregunté a Ely cuánto era por cabeza, a lo que ella me respondió “No te preocupes, Pepín paga”. Aparentemente su papá, don Pepín Barceló, tenía cuentas en todos los restaurantes de la ciudad y había dado órdenes de que cada vez que sus hijos y amigos fueran lo cargaran a su cuenta.
Esto nos pareció muy simpático, ya que cada vez que íbamos a algún sitio “Pepín” pagaba. En esa época recientemente mi papá me había dado un extensión de su tarjeta de crédito, con órdenes de que todo lo que yo quisiera lo cargara a la misma. A partir de la primera noche en Azua y hasta el día de hoy, mi tarjeta de crédito se llama “Pepín”, porque Pepín siempre paga.
Luego de graduarnos del colegio, como es la ley de la vida, las amigas nos fuimos separando poco a poco. Norma se fue a vivir a New York (años después fui dama de honor en su boda), Katherine y Paola se dedicaron a la enseñanza (quién lo iba a decir, 2 de las personas que más detestaban el colegio terminaron trabajando como profesoras), Ailen se fue a vivir a Texas y después a San Francisco y hoy en día es una científica loca que trata con asuntos de clonación y vainas complicadísimas. Ely se casó y se dedicó a su familia. Años después me encontré con ella en la UNPHU mientras yo hacía una de mis maestrías. Estaba bien, ella y José (a quien había conocido en nuestra época de bonche), tenían 2 hijos y estaban muy felices. Años atrás, antes de casarse con José, su familia se había mudado en mi misma calle, pero don Pepín vivía entre Azua y aquí, porque no iba a dejar la industria sola. Por cosas de la vida, nunca nos juntamos, pero siempre guardé un espacio especial en mi corazón para Ely y su familia.
La semana pasada don Pepín falleció. Ni siquiera me había enterado que estaba enfermo. El Martes ví una publicación en el periódico de Cuqui, el hermano de Paola, despidiéndose emotivamente de su tío. Me hice la promesa de por lo menos asistir a alguna de las misas, pero ayer fue la última y no pude salir a tiempo del trabajo para ir.
Descanse en paz, don Pepín. No lo traté mucho, pero su nombre y su recuerdo siempre estarán conmigo, por lo menos hasta que le entregue la tarjeta a mi papá.