(Nunca comparto lo que escribo en la intimidad, pero no se por qué hoy me ha dado con compartirlo. Hoy les regalo una pequeña historia de Navidad. Todos los personajes en ella reflejados son producto de mi vívida y fructífera imaginación y no hacen referencia a ninguna persona viva o muerta ni a ninguna situación actual. Espero que la disfruten al leerla tanto como yo disfruté al escribirla.)
La leve brisa juega con su pelo. Se deleita en el olor a su shampoo de preferencia. Era justo, estaba hastiada de los productos que su peluquera personal llevaba a su habitación y de no poder usar su tinte regular para no levantar sospechas. Su pelo debía refelejar sufrimiento, calamidad.
Toca la campana que siempre usa para llamar a su mucama. El sonido le trae recuerdos agradables; muchas veces por las noches, en esa incómoda cama que casi se convirtió en parte de su cuerpo, soñaba con poder tocar de nuevo esa campana. Rápidamente llega la ayuda solicitada. Sin mediar palabra, sin siquiera dirigir la mirada levanta la copa de cristal de Baccarat para que su mucama vierta nuevamente dentro de ella el líquido de la botella de "Cristal" que reposa en la mesa que tiene a su lado. Da las gracias, no porque lo sienta, sino porque fue una costumbre que adoptó durante los últimos tiempos.
Toma un cigarrillo de la cajetilla que tiene a su lado y lo enciende con su mano derecha. Observa el humo que brota de sus labios y el que emana del cigarillo. Siente libertad al poder inhalar y exhalar libremente, sin tener que esconderse en el baño y abrir la pequeña ventana que daba hacia el parqueo para esconderse de los visitantes y de las miradas inquisidoras de los médicos. Ni siquiera podía salir al balcón de su habitación por el miedo a que alguien captara con su lente un reflejo de su figura disfrutando de unos de los más exquisitos placeres de la vida.
Con su mano izquierda acerca la copa a su boca y sorbe un poco de champagne. El brazo se resiente. Por meses no fue utilizado para ayudar a mantener la imagen. Gracias a Dios que no resultó afectado.
Mira hacia la izquierda, en la distancia. Ve a sus nietos disfrutar con sus hijos del agua tibia de la piscina. Sonríe; en un momento llegó a pensar que nunca los volvería a ver fuera de la nauseabunda habitación que fue su morada por meses. La verdad es que nunca pensó que esta villa de Romana le haría tanta falta.
Se acomoda en el sillón. Todavía sus huesos recuerdan las incómodas posiciones que fueron forzados a adoptar para completar la imagen de depresión y enfermedad. No importa, valió la pena.
Siente unos pasos detrás suyo, los reconoce como los de su asistente y hace señas para que se acerque.
-"Disculpe que la moleste doña. Es sólo para decirle que ya el hombre dió las declaraciones y todo salió de acuerdo a lo hablado."
-"Gracias. Dile a Yolanda que ya puede venir."
De acuerdo a lo hablado. ¡Que le parta un rayo si ese pendejo se retracta! Se altera y trata de calmarse al mismo tiempo. Sus médicos le han dicho que no le conviene, podría enfermar en serio esta vez si no toma las cosas con calma. Ya no tiene 40 años; ya su cuerpo no aguanta las mismas emociones.
Emociones. Recuerda aquellas fuertes y agradables de hace ya unos años. El corazón se le acelera al recordar la primera vez que permitió que sucediera lo que sucedió. Ella nunca fue mujer de juegos; firme y estricta hasta más no poder. Sin embargo, un día cayó en la tentación. Cuando firmó el primer documento las manos le temblaban tanto que casi no podía sostener el lapicero Mont Blanc que tenía entre los dedos. "No te preocupes, estamos respaldados, todo va a salir bien. Nadie se va a enterar de esto y si alguien se entera tenemos la forma de salir de aquí." Se molesta al pensar que creyó en esas palabras de su amigo. Siente como el color le sube a las mejillas. Trata de nuevo de calmarse. Una vez, hace poco, en las 3 horas que estuvo en ese horroroso lugar lo vio de lejos. En ese momento quiso pararse de la silla, olvidar el montaje, perder todo tipo de modales y caerle a galletas, pero tuvo que contenerse pues si lo hacía echaría por la borda tantos meses de trabajo para conseguir la imagen que necesitaba. Un día lo haría, de eso estaba segura.
Sus pensamientos son interrumpidos por la presencia de Yolanda, quien trae consigo una bandeja repleta de amouse bouche y hors d’œuvre. La mira con cariño. Yolanda ha estado con ella desde el principio, antes de todo este lío; todos los días religiosamente le llevaba la comida preparada de la casa. Imposible pensar en comer la comida que preparaban en la cocina de ese lugar; con esa sí podía haber enfermado.
-"Yolanda, tráeme unas aspirinas que me duele la cabeza."
-"Si doña, ahora mismo se las traigo. Me avisa cuando quiere que sirva la comida."
-"Perfecto. Danos un rato mientras tanto. Te aviso."
Vuelve de nuevo a sus pensamientos. Una ola de tristeza la invade. No entiende por qué todos la odian. No entiende por qué protestan por su libertad. No entiende qué le ha hecho a aquellos que la critican. Bueno, sí entiende. Sabe que lo hacen por envidia, porque ellos quisieran ser ella y nunca lo lograrán.
Se da un último copaso y apaga el cigarrilo. Trata de pensar en cosas positivas. La fiesta de anoche (culpable del dolor de cabeza de hoy, ya que se pasó un poco de tragos celebrando no sólo las Navidades sino el reencuentro con los suyos), el próximo viaje a Disney World con sus nietos, las vacaciones en Europa ("después de varios meses paseando por Europa se te olvidará todo", le dijo su cuñada), disfrutar de ese dinerito que le causó tanta pena.
No, tenía que alejar esos pensamientos de su cabeza.
Piensa mejor en cosas palpables. El olor de su habitación, sentir el roce de sus sábanas de hilo egipcio de 1200 en su cuerpo. Sus almohadas de pluma de ganso. Su baño. Su maquillaje (que todavía no podía utilizar para evitar comentarios). Sus zapatos (¡cuánta falta le hicieron sus zapatos!). La sonrisa de sus hijos, los abrazos de sus nietos...
El dinero en las cuentas. Las cosas que hizo y que permitió hacer para conseguirlo. Las mentiras, el engaño, el soborno...
No, no y no. Mil veces no. No debía recordar eso. Sólo pensar en cosas positivas.
Su paladar se deleitó al probar la tarta de aubergine caramelizada con nueces y almendras al curry. Miró de reojo y reconoció su favorito: escalopines al grill con mantequilla de tomillo, pimientos rojos y parmesano. Quiche provençal. Camarón al Sherry. Todos exquisitamente servidos. Sonrió. Yolanda sabía cómo tratarla. Qué lejanos estaban aquellos días en los que comía de una bandeja, cabizabaja, con alguien ayudándole a comer para no utilizar el supuesto brazo enfermo.
Rió. Rió primero calladamente, luego no pudo reprimir la carcajada.
Todo había salido perfecto. Todo había salido a pedir de boca. Que se fueran al carajo los ilusos que se paraban en La Flauta pidiendo primero por su salud y luego quejándose por su perdón. Ya todo estaba dicho. Ya todo estaba hecho. Ya nada daría marcha atrás. Esos envidiosos nunca más le amargarían la vida, esa vida tan bella que comenzaba libre de culpa y de pecado en estas Navidades.
A gozar, a disfrutar, a vivir que mucho tuvo que sacrifricar para llegar a donde estaba.
Alarga la mano y toma otro cigarrillo. Lo acerca a su boca y lo enciende. Estúpidos e ilusos aquellos que pensaron que podían contra ella.
La voz de uno de sus nietos la saca de sus pensamientos.
-"¡Abuela, abuela, mi primito me cojió mi salvavidas!"
-"Perdónalo mi amor, que tiene miedo. Míralo como tiembla."
-"¡Pero abuela, me lo cojió y no me lo quiere devolver!"
-"Eso no importa mi amor. No importa que te haya arrebatado lo que no es suyo. No importa que ese sea el único salvavida que tengas y que no sepas nadar. No importa que se haya demostrado que le quitaste el salvadidas. Lo que importa es que tiene miedo y que debes perdonarlo. Ahora ve a la piscina y sigue jugando que yo desde aquí te veo y si te pasa algo voy a tu lado."
-"Abuelita, pero el otro día yo vi en la televisión a un niño que le quitó un lápiz a otro en una escuela pública y, aunque el niño al que le quitaron el lápiz tenía más lápices, la profesora lo puso de castigo. ¿Por qué no pones de castigo a mi primito?"
-"Porque ese niño no es tu primito y además no importa porque ese niño de la escuela pública no es igual que tu primito."
-"¿Y si hubiese sido una paleta?"
-"No importa, mi amor. Mientras más grande es lo que te quitan más debes perdonar. Sobre todo a personas como nosotros, que somos mejor que los demás porque tenemos más que ellos."
El niño se fue contento con la explicación. A su tierna edad entendió lo que ella le quiso decir.
Se sintió feliz.
La vida era bella y ella estaba lista para vivirla a plenitud.